domingo, 22 de mayo de 2011

She loves reading in the moonlight.

Miradla, se animó a abrir las páginas de un libro y, bueno, cayó irremediablemente en el encanto que embrujaba sus hojas. Cuando leyó la primera palabra de los agradecimientos, ya fue como si hubiese desconectado del mundo. Sintió que los capítulos, uno tras otro, se iban grabando a fuego en su corazón.
A pesar de estar cansada, a pesar de que los párpados le pesaban como dos losas, no paró ni un momento de absorber con avidez de la historia y de empaparse de las emociones de los personajes. En la ligera oscuridad que la envolvía, los sentimientos que le transmitían la hacían gritar quedamente, sonreír y contener la respiración, como si en vez de estar sentada en la cama estuviese luchando contra viento y marea codo con codo junto a los protagonistas. Cuanto más leía, menos sueño tenía y la luz de la luna, plateada y hermosa, se colaba por la ventana abierta de par en par.
Pensaba que todo aquel universo nuevo para ella iba a durar para siempre, pero sin advertirlo ya estaba leyendo las últimas páginas del epílogo. Ella no lo comprendía, ¿cómo es que los sonidos de la noche, el agotamiento, los ronquidos de sus padres aparecían de repente? Claro, había sido arrancada del frágil efecto que había tenido en ella la novela, y ahora se sentía vacía, casi nostálgica. 
Agarró con fuerza el libro entre sus brazos y cerró los ojos, zambulléndose en su propio mundo de fantasías. Soñó con todo aquello que había leído y sin darse cuenta, sonrió.

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